El nombre en la punta de la lengua transcurre en la Normandía del siglo IX. Quignard sitúa este cuento en un momento preciso de la historia para poder volver al relato sin tiempo, a una forma mágica y circular de la narración: a una chica le gusta un chico, hace un trato para casarse pero no puede cumplir su promesa. La bordadora y el sastre se enfrentan a la noche del mundo con una simple vela y con palabras, necesitan recobrar un nombre, gozar de la felicidad reencontrada en la coincidencia.
Pequeño tratado sobre Medusa, interpreta ese volver a la plenitud de la alegría, se adentra tanto en su vida como en la cultura para cristalizar esos momentos de asombro en los que el misterio del lenguaje se muestra como un forma de adentrarse aún más en su perdición.