Siendo así, nada se hizo: me vine a casa a comer pan con naranjas y a sentarme solo en mi rincón de costumbre, finalmente aliviado de este sueño y de su pesadilla, feliz con la resolución del problema que tanto me afligía. Me puse a escribir esta historia para quien la quisiese leer y oír, e ir después a contarla a otros soñadores. Que lo haga en mi nombre o en el del propio contador de historias, a mí poco me importa. Mi corazón la reparte entre cuantos cargan consigo anhelos y deseos de redención de la pequeña vida, la única enfermedad de la que nadie conoce posibilidad de cura.