Un mapa, un álbum de fotos, un herbario, un pequeño cuaderno, un árbol genealógico, la hoja de un haya. El autor nos tiende una mano hasta que se te hagan los ojos rapacín, con la otra chasquea los dedos. Repite todos los nombres en voz alta porque así los hace visibles y no tiembla al articular lo oscuro ni lo violento, se zambulle en el barro porque sabe que allí encontrará la memoria de todo lo que una vez estuvo vivo.