Las citas de Sylvia Plath y Charles Olson con las que la autora abre este espacio poético (fosa y comuna) dibujan temprano el quiasmo fundamental de su obra: la imposibilidad de encontrarse (el tú y el yo) antepuesta a la voluntad insaciable de la intimidad. Emocionarse con, emocionarse en, instancias sucesivas de lo sensorial participado, desde ese colocarse en el sitio del otro que Edith Stein analizara por la vía de la fenomenología, al Proprioception (1965) del mismo Charles Olson y su «sensibilidad interior del organismo». A todo esto, María Belén Milla Altabás (Lima, 1991) desemplea la tradición corporal (y corporativa) del imaginario medieval ùsangre, sudor, lágrimasù para embestir el cuerpo del otro, asistida de una diestra risotada, entre la bulla de Vallejo y el bullicio de Rabelais. La operación de la autora es tan libre como intrincada: en la intimidad de la afrenta amorosa el sentido de nuestro cuerpo se desplaza más allá de la piel, lo genital o lo capilar, a una zona peripersonal deseante que busca su expansión por el otro. En esa frontera competida, la violencia de los gé